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God Save The King

13:40Unknown


Un texto de: Álvaro Ramírez | @alv_var

Era un ataque pluscuamperfecto, estudiado al milímetro. Como un depredador agazapado saltaba como un resorte cada vez que olía sangre. Entonces era imparable y su presa se convertía en un muñeco de trapo al que zarandeaba sin piedad hasta dejarlo completamente destrozado.
Thierry Henry aunaba una velocidad de vértigo, la armonía de sus movimientos y una pegada demoledora en cada internada en el área del rival. Era una máquina perfecta con una vocación innata por el gol. Y eso Arsène Wenger lo sabía.
Su progresión en los gunners fue tan grande y su explosión tan ensordecedora, que se convirtió en todo un referente del Arsenal. En la piedra angular de aquellos Invencibles. Todo un ídolo cuya sombra es hoy en día demasiado alargada y planea demasiadas veces sobre el césped del Emirates y de otros campos británicos.
Deslizándose por el verde, levantado su mano como homenajeando a alguien en el cielo cada vez que anotaba un gol. Su sonrisa socarrona y esos guantes negros que se enfundaba. Todo un fetiche. Un jugador único que dejó una huella imborrable.
Frente al Emirates se posa de rodillas tallado en metal, celebrando uno de sus goles contra el Tottenham. Cerca de él andan Herbert Chapman, Tony Adams, Kenneth Friar y Dennis Bergkamp. Toda una galería de leyendas. Si uno se detiene a observar la estatua puede sentir la rabia de aquel gol. Como si estuviera sucediendo. Henry no mira a ningún lado, pero se siente su carisma.

De origen antillano, Thierry Henry nació y creció en Les Ulis, un suburbio de París, y en cuyo club, el CO Les Ulis, Tití hizo sus pinitos en el fútbol. El Les Ulis fue el primer sitio donde Henry tuvo contacto con el balón al margen de las pachangas callejeras. De ahí pasó al US Palaiseu y el Viery Chatillon hasta su ingreso en la academia Clairefontaine, donde coincidió con otros muchachos que también llegarían a lo más alto del planeta fútbol: Nicolás Anelka y William Gallas. A partir de ahí, comenzaría su ascensión hasta la élite.

La oportunidad de oro le llegó con el ingreso en las categorías inferiores del Mónaco. En el banquillo del club monegasco se sentaba un por entonces joven entrenador con aires de profesor que años más tarde triunfaría y enamoraría a la Premier League. Arsène Wenger, estirado y parapetado tras unas gigantescas gafas y chupando de su cigarro, había debutado como entrenador en el Nancy y había conseguido sus primeros títulos como técnico en el Mónaco: una liga (1988) y una Copa de Francia (1991).


La primera vez que Wenger vio a Henry se enamoró de él. Fue un flechazo inmediato. Por ello el francés no lo dudo y se subió al juvenil Thierry Henry al primer equipo. Le hizo debutar en un partido de liga fuera de casa contra el Niza el 31 de agosto de 1994. El Mónaco terminaría perdiendo 2-0. Henry anotó su primer gol como profesional en casa el 29 de abril de 1995, en un cómodo partido del Mónaco contra el Lens que terminó en goleada. Anotaría dos goles más en la temporada 1994/95, en la que disfrutó de ocho partidos.

Henry redactó una fenomenal carta de presentación en el principado durante cuatro temporadas y media, en las que jugó 141 partidos, anotó 28 goles y repartió 7 asistencias. Por el camino la Ligue 1 lo había nombrado Mejor Jugador Joven del Año (1996) y Henry saboreó las grandes noches europeas. Aún con potencial goleador, Wenger prefirió utilizar a Tití por la banda, donde el joven francés también supo explotar otras tantas cualidades. Destacó en innumerables partidos y a tan temprana edad fue uno de los jugadores destacados de un equipo al que Wenger había impuesto su sello y que se había paseado por Europa dejando muy buen sabor de boca. El Mónaco llegaría a las semifinales de la UEFA en la 1996/97, cayendo contra el Milan, y al año siguiente llegaría a las semifinales de la Champions League, con Tití como segundo máximo anotador del torneo (7) por detrás de Del Piero (10).

Del Mónaco, Tití partió a la Juventus, en lo que fue un fichaje que, afortunadamente, no duró demasiado. Su paso por la Vecchia Signora fue algo para olvidar. Henry aterrizó como una auténtica estrella en ciernes y apenas si destacó en el equipo. Tuvo que aclimatarse a un fútbol para el que no estaba preparado y que, en muchas ocasiones, aniquilaba todas sus virtudes.
Condenado a retrasar su posición y a defender más de lo que estaba acostumbrado, el amor por el fútbol más táctico convirtió a Henry en un jugador del montón. Hasta que Arsène Wenger cogió el teléfono.

Cuando Wenger llegó a Inglaterra más de uno se hechó las manos a la cabeza. Aquel tipo con gafas gigantes y pinta de maestro de Literatura era un verdadero desconocido. Nadie daba un duro por él y la prensa se mofaba del espigado francés. Aquel “Arsène Who?” tan archiconocido. Pero la historia iba a dar un giro inesperado.

Wenger había montado un competitivo Mónaco en su etapa en Francia que dio bastante que hablar en sus paseos por Europa. Su llegada a los gunners iba a ser primero una pesadilla de la que muchos querían despertar para convertirse en parte de la historia del fútbol inglés y marcar una de la etapas más doradas del Arsenal.
Cuando Wenger se acordó de Henry, lo hizo a sabiendas. Por el equipo había pasado otro francés con el que Tití ya había coincidido en su más reciente juventud, Nicolás Anelka, y Arsène tenía claro quien debía ser su sustituto. Por entonces, Wenger estaba dando forma a un equipo que lo ganaría todo y, para ello, se encargó de apuntalar una delantera que haría las delicias del aficionado gunner. Henry aterrizaba en Inglaterra para hacer compañía a Bergkamp y lo primero que tenía que lograr era aclarar su cabeza. Debía olvidar cuanto antes su terrible paso por el calcio y volver a ser lo que era. Un depredador con el gol en la cabeza.

Aún así, sus inicios parecían querer hacer tambalearse el magnífico plan de Arsène Wenger. El gol de Thierry no llegaba. Era como si aquel excepcional jugador hubiera perdido toda la magia que anidaba en sus botas. Era imposible. Su gol debía llegar tarde o temprano. Y así fue.
Henry se estrenó como goleador en la Premier con el tanto de la victoria contra el Southampton. A partir de ahí, Inglaterra conocería de lo que Tití era capaz.

En su primera temporada con la roja del Arsenal, Henry anotó 26 goles repartidos entre Premier y Europa. La estrella del francés comenzaba a cambiar. Estaba cerca de hacerse un hueco en la historia gunner y había logrado convertirse en un referente en la selección francesa. Aimé Jaquet ya se había hecho cargo de él para el Mundial de Francia de 1998 y volvió a coronarse en la Eurocopa del 2000.

A pesar de unas cuantas decepciones tanto en la Premier ( la final perdida de la FA Cup por obra y gracia de Owen) como en Europa (aquella final perdida en los penaltis contra el Galatasaray), Henry estaba dispuesto a dar el todo por el todo.
El mundo descubriría a un Arsenal implacable, el de la temporada 2003/04, que se ganó el apodo de “Los Invencibles”. Su hazaña: 49 partidos sin conocer la derrota, algo que únicamente había conseguido el Preston North End en 1889.

La sociedad que conformaron sobre el césped Bergkamp y Thierry Henrry hizo la delicias de los aficionados. Junto a ambos, un buen puñado de futbolistas entre los que se encontraban Pirés, Ljungberg, Vieira, Campbell o Cole. El Arsenal anotó en aquella mítica Premier 73 goles, 30 de los cuales los hizo Henry, que terminó como máximo goleador de la competición y ganador de la Bota de Oro, galardón que revalidaría a la siguiente campaña.

Pero las imbatibilidades, los dobletes y los continuos éxitos sobre el terreno de juego no llegaron a recompensarle con la ansiada Champions. Aquel día en París, su penúltima temporada con los gunners, Henry llegó a rozarla con los dedos.
En el 2006, Henry y el Arsenal se jugaban la final de la Champions en Saint-Dennis frente al FC Barcelona, en el que militaba entonces, entre otros, un tal Ronaldinho. Pero no fue el día. Lehman era expulsado a los 18 minutos de partido y aunque Campbell abría el marcador para los de Wenger, el equipo de Rijkaard remontó con los goles de Samuel Eto’o y Belletti. La Champions estuvo cerca. Henry la perdía frente al que sería su futuro equipo. Un par de meses después, la Francia de Henry caía en la final del Mundial contra la Italia de Lippi.


24 millones de euros llevaron a Henry del que ya era el Emirates Stadium al Camp Nou. El Barça, el equipo que le había privado de ganar la Champions, era su siguiente destino. Allí Henry volvió a levantar un título de liga (en el que anotó 19 goles) y participó en el abultado 2-6 del Barça a su eterno rival.
A pesar de una lesión en la rodilla que lo mermó físicamente, el Barça se hacía con la Champions League, concretando un triplete histórico para el que Henry fue una parte muy importante. Pero Tití solo tenía ojos para la Champions, como señalaría más tarde Wenger.

El Barça lograría ganar el sextete y volvería a ser campeón de liga en la 2009/10. Pero Henry ya tenía el gran título que le faltaba en su amplio palmarés. Junto a Rafa Márquez abandonó el Barça para marcharse a Estados Unidos. La MLS es un buen lugar para el retiro y Henry eligió a los New York Red Bulls.
Con 14 goles en su primera temporada en el equipo norteamericano, el destino tenía reservada todavía una sorpresa. 50.000 espectadores presenciaron lo que era una realidad. El rey Henry regresaba a casa. Ataviado con la camiseta del Arsenal, Thierry jugaría dos meses en el club donde era una verdadera leyenda gracias a un préstamo de la MLS. Pisaría el césped del Emirates en un partido de la FA Cup contra el Leeds United, marcando el único tanto del partido.

Terminada su cesión, Henry regresó a Estados Unidos, cuajando otra gran temporada donde anotó 15 goles, aunque su equipo no se alzó con el título. Aunque siempre planeó la posibilidad de otro regreso al Arsenal, este ya no se haría realidad.
Henry siguió anotando goles y ayudó a seguir dando vida a la MLS, liga en la que estuvo cerca de ganar el MVP de la temporada.

Tití ya había dado un paso al abandonar la selección tras el Mundial de Sudáfrica. Habían quedado atrás los momentos de gloria (Eurocopa y Mundial) y las polémicas (el gol con la mano que anotó a Irlanda en la repesca para el Mundial de 2010). A Henry le quedaba solo un paso más.

En diciembre de 2014 Henry anunciaba que abandonaría el New York Red Bulls. Pocos días después decía adios definitivamente al fútbol.
Arrodillado frente al Emirates, celebrando efusivamente un gol al Tottenham, la estatua de Henry parece mirar al aficionado que acude al estadio. Una leyenda inmortalizada. Un hombre con vocación para el gol, cuya velocidad vertiginosa y esa armonía en sus movimientos extrañará el fútbol mucho más de lo que se piensa.

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